≪Siempre
somos los mismos», dijo una colega cuando nos encontramos en la SCJ.
Pero aunque muchos de nosotros nos conocemos desde las primeras luchas
contra la impunidad, los argumentos que nos mueven no siempre son los
mismos. Los cambios y las permanencias forman hoy una trama distinta que
es bueno explicitar.
Yo estuve
Estuve en la sede de la Suprema Corte de
Justicia (SCJ) el viernes 15 a las 10 de la mañana y me quedé hasta que la
jueza Mariana Mota se fue por la calle Soriano, caminando con su familia.
Estuve allí porque la justa convocatoria
se deslizó por una pista aceitada de indignación: la gravísima señal de la SCJ
hacia la totalidad de las luchas contra la impunidad. Y la indignación es una
señora emoción, de esas que hacen caminar a las reflexiones, las sostienen y si
es necesario las empujan.
Estuve porque el traslado de Mota a la
órbita civil es una forma sumaria de desamparar una vez más las causas en las
que ella había acumulado el estudio y el trabajo de muchos años. Es inaceptable
disfrazar de inocencia un acto de poder como ese y pretender naturalizarlo con
tal hipocresía: «¡Felicitaciones señora jueza, es usted la ganadora de un
traslado!».
Porque la campaña contra la jueza Mota
ofende doblemente, por injusta y por obvia. ¿Por qué las declaraciones públicas
del ministro de la SCJ Jorge Chediak (respaldado por el también ministro Daniel
Gutiérrez) reclamando mayores penas para «los menores» así como sus críticas a
la lentitud, insuficiencia y benevolencia del Código de la Niñez y la
Adolescencia son válidas y las declaraciones de Mota sobre la lentitud y falta
de políticas hacia los crímenes de lesa humanidad no lo son?
Estuve allí porque desde hace muchos
años, demasiados, estamos investigando por nuestra cuenta –como víctimas, como
familiares, como ciudadanos– crímenes que deberían ser investigados por la
Justicia. Ni durante ni después de la dictadura el Estado investigó nada. Y
cuando aparecen, como flores en el mar, magistrados que asumen esta
responsabilidad se los desprestigia, se los ataca y se los aparta de sus
funciones. Y eso no es en aras de mejor servicio: eso es un bloqueo político
inaceptable.
Estuve porque cada vez me resulta más
burdo el espanto social ante la nueva marginalización urbana (la que ya no es
producto de la pobreza sino de la desigualdad) y el reclamo de penalización
severa a los delitos que de allí provengan mientras se perdona, por acción u
omisión, a criminales de Estado y a privados poderosos.
Porque entiendo que la solidaridad debe
ser ante todo práctica. Solidaridad con Mariana Mota y esfuerzo de actuar
juntos cuando todo alrededor estimula la fragmentación y la quejumbre.
Estuve porque sé que gestos como este de
la SCJ son una fuente poderosa de descorazonamiento, de desrresponsabilización
de todos en todo. No quiero vivir en una sociedad así y sobre todo no quiero
una sociedad así para nuestros hijos.
Ivonne Trías